Las emociones nos acompañan en cada aspecto de nuestras vidas. Por ello, saber identificarlas, gestionarlas y expresarlas de manera adecuada nos ayudará en muchas situaciones del día a día.

            En ello consiste la inteligencia emocional, en saber más de nuestras emociones. Desde pequeños nos enseñan a andar, hablar, sumar, restar, pero a la hora de educar el aspecto emocional nos sentimos perdidos. Sin embargo, este aspecto es imprescindible para el presente y futuro de los niños.

Si a los niños, desde pequeños, les ayudamos a desarrollar adecuadamente la Inteligencia Emocional seguramente aprenderán a tolerar mejor la frustración, reconocer, controlar y expresar mejor sus emociones, desarrollarán su empatía y comunicación, y otras habilidades emocionales y sociales que les ayudará a enfrentar a las situaciones de la vida cotidiana.

Podemos empezar a desarrollar las capacidades emocionales desde los dos años y medio. Cuando son muy pequeños es preferible usar frases cortas y claras, sin olvidar que los padres y profesores son un modelo para los niños. A medida que se vayan haciendo mayores, usaremos más el razonamiento, hablando sobre los sentimientos, eligiendo bien el momento, cuando estén tranquilos (no es aconsejable hacerlo en plena rabieta).

Para desarrollar estas habilidades de una manera efectiva lo más adecuado sería que se implicaran todos los ámbitos de la educación. Por un lado, en la escuela, implementando, como una asignatura más, la educación emocional y por otro lado, en la familia, desarrollando estas habilidades como parte de la educación familiar.

Hay varios estudios que defienden que desarrollar aspectos personales de los niños mejora el rendimiento académico. El hecho de saber controlar las emociones, hace que la ansiedad que provoca el aspecto académico se regule. Por otro lado, si desarrollamos la autoestima y la actitud positiva, entre otros aspectos, la motivación del niño se incrementará. Así pues, podemos decir que la Inteligencia Emocional influye positivamente en el ámbito académico.

En cuanto al ámbito familiar, además de establecer límites, mostrarles afecto y escucharles, si le ayudamos a reconocer y expresar las emociones de manera adecuada, poco a poco, iremos desarrollando la empatía y la comunicación. Por ejemplo, en el caso de que dos hermanos se enfaden y se pongan a pelear, en vez de juzgar la actitud de cada uno (“no deberías hacer eso” o “no le pegues a tu hermano pequeño”) intentaremos que las dos partes expliquen lo que ha pasado, que expresen sus sentimientos y que intenten comprender la situación desde el punto de vista del otro.

La Educación Emocional será más efectiva si hacemos uso de materiales como actividades, cuentos o cortos. Todo ello permitirá al niño aprender de manera práctica y divertida mientras ocupa diferentes roles, ensaya interacciones y maneja conflictos. Pero sobre todo, va a funcionar como un factor de protección ante situaciones difíciles que pueden suceder a lo largo de toda su vida, además de mejorar la calidad de sus relaciones, lo que aumentará su bienestar personal  y  su autoestima.

-Leire Aizpurua-