Los niños desde que nacen viven el presente de sus padres, aprenden de ellos. Copian y repiten gestos, frases y conductas de los mayores, imitan todo lo que ven y oyen. Es por ello que decimos que los hijos son el reflejo de sus padres.

Todos los seres humanos usamos la imitación para aprender, por lo que es algo natural y valioso. Imitamos aquellas cosas que nos parecen divertidas o que nos vayan a aportar algún beneficio. En caso de los niños aquellas conductas que les ofrezcan más tiempo y atención serán las que se mantendrán sin tener en cuenta si estas conductas son adecuadas o no.

Puede pasar que algunas veces nos sintamos frustrados y angustiados por algunos comportamientos de los hijos, sin poder saber porque nuestros hijos son como son. Sin embargo, lo que no nos damos cuenta es que muchas veces nos están imitando. “Mi hijo cuando se enfada da un portazo que deja la casa temblando”, “Me grita”, “Pega a su hermano”, estos comentarios suelen ser frecuentes día a día. Ponemos en alerta la capacidad de expresar y controlar las emociones de nuestros hijos. ¿Pero qué es de nuestra capacidad para manejar y expresar emociones? Normalmente esta capacidad se aprende, es por ello que no debemos olvidar que son los adultos los que tienen que enseñar y demostrar.

Por otro lado, los padres con más de un hijo son conscientes de la influencia que tiene un hermano mayor en el pequeño, ya que imitan con frecuencia los comportamientos de sus hermanos. Si su hermano tiene sed, él tiene sed, si su hermano quiere un juguete él quiere en mismo, y así, la mayoría de veces. En estos casos el hermano mayor suele ser la figura principal del pequeño.

La manera de enseñar puede ser consciente o inconsciente. La forma consciente es lo que nosotros controlamos e identificamos de nosotros mismos, lo que somos capaces de enseñar en palabras (escribir, leer, andar en bicicleta,…). Sin embargo la manera inconsciente, son los valores y acciones que tenemos interiorizados de manera automática (expresión y control de emociones, las normas, las costumbres,…). Sobre estas últimas no solemos reflexionar y lo realizamos de manera involuntaria (valores, costumbres, comportamientos o actitudes), sin embargo los hijos los interiorizan mediante la imitación y vemos reflejado en nuestros hijos nuestras acciones. Sin darnos cuenta de la repercusión que tienen los actos de los adultos en los niños.

Hay situaciones que son difíciles de controlar ya que surgen fuera del ámbito familiar, comportamientos que ven en el colegio o en la calle, además de la influencia que tienen la televisión o videojuegos. Sin embargo, aunque no los podamos controlar, podemos ser críticos ante estas situaciones, entablar una conversación; hacerles ver los problemas que puede crear ciertos comportamientos y que sean ellos los que razonen sobre ello. En estas ocasiones es muy común utilizar el dicho “No le hagas a los demás, lo que no te gustaría que te hicieran a ti” para poder reflexionar sobre los comportamientos.

En conclusión, es importante ser conscientes de nosotros mismos para poder cambiar ciertas cosas que no queremos ver reflejados en los hijos. La iniciativa está en los adultos, de ser conscientes de unos mismos y generar técnicas para poder comunicar con ellos de manera efectiva, sin olvidar de que cada padre y madre son la guía de sus hijos. No es tarea fácil pero es evidente que los niños hacen suyo todo lo que perciben y esto hará que marque su futuro.

Aprovechemos la eficacia de la imitación para que los niños consigan habilidades necesarias para crear su propio camino de manera efectiva.